La huerta es el legado más evidente del pasado musulmán, suma de paisajes, frutos y sabiduría asociada al trabajo de la tierra y al uso responsable del agua. 

Para la creación de un espacio irrigado hacen falta varios elementos: agua, campos de cultivo y un conjunto de personas, normalmente agrupadas en comunidades, dispuestas a ponerlos en explotación.  En el caso de la huerta de Valencia, el agua proviene principalmente del Turia, de donde se saca por medio de un azud, haciéndola llegar a los campos por acequias y brazales, a veces hasta puntos muy alejados.

Las comunidades de labradores que pusieron en marcha estos proyectos poseían técnicas de ingeniería transmitidas de padres a hijos, con las cuales conseguían dar la pendiente exacta a los canales y nivelar los campos para que el agua fuera pasando de unos a los otros sin perder ni gota. Además de esto, debían llegar a acuerdos entre todos aquellos que regaban de un mismo canal o que aprovechaban el agua para mover molinos. Acuerdos que hoy, pasado más de un milenio, nos parecen un ejercicio perfecto de pacto social. 

¿Qué haremos? 

Los participantes, organizados cómo si fueran vecinos de varias alquerías, se enfrentarán al reto de organizarse para regar sus campos. Un juego de simulación donde la supervivencia del grupo y la buena gestión de los conflictos es el reto.