El ocio popular (julio de 1902)

Al contrario de lo que ocurría con la burguesía, las clases populares, se reunían en tabernas o casas de comidas del centro y también de las periferias. A ellas acudían durante el día el proletariado industrial, obreros, dependientas o agricultores de la Huerta. Continuaban con las tradicionales tabernas de principios de siglo que se dedicaban a vender licores y vinos, a la preparación de comidas baratas o a la venta de cualquier tipo de producto, ya fuese comestible u objetos para la casa. Solían ser establecimientos pequeños, con una barra modesta para despachar y algunas mesas de hierro y mármol blanco. Las características de apariencia exterior de sus clientes, con las ropas de trabajo, o los temas de sus conversaciones, hacían ver que sus preocupaciones, y por lo tanto su extracción social, era diferente a la de los intelectuales de los cafés.

 

Las instituciones burguesas tradicionales como el Ateneo Mercantil, la Sociedad de Agricultura, el Centro de Cultura Valenciana, Lo Rat Penat o la Academia de San Carlos, contrastaban con la renovación de los jóvenes, que acudían a entidades como la Sociedad Filarmónica, la Sociedad Coral El Micalet o los focos culturales vanguardistas obreros republicanos o anarquistas.

 

Además, en estos años se impone el gusto por los espectáculos, el deporte y el ocio, debido a las mejoras en las condiciones laborales conseguidas por las asociaciones obreras, gracias a las cuales empezaba a haber tiempo libre. En València había oferta para cubrir estas nuevas “necesidades”, como eran la zarzuela, las revistas, el vodevil o la canción española. Teatros como el Ruzafa, el Apolo, el Alcázar o la Princesa tenían espectáculos que entusiasmaron a la gente, al igual que el cine sonoro, como el cine Doré, Metropole, Actualidades Film, Suizo, Tyris o Capitol, la gran novedad de estos años. Junto con el teatro (en València estaban el Eslava, Grand Palais, Romea, Trianon Palace, Benlliure…) eran los espectáculos preferidos por la población de la ciudad. La gente también disfrutaba del ocio nocturno con locales de baile como el Hollywood, o cabarets como Bataclán, que a menudo ofrecían espectáculos picantes.

El deporte también adquirió un gran protagonismo, junto con las demás formas de ocio, tanto a nivel de espectador como a la hora de practicarlo. Era un recurso de identidad local muy importante, además de una forma de sociabilización. En la década de 1920 se crearon muchos clubes deportivos, y en la de 1930 los deportes se consolidan como espectáculo, con la necesidad consiguiente de grandes espacios deportivos con la capacidad necesaria para todos los espectadores. El Valencia Football Club trasladó su estadio de Algirós a Mestalla por este motivo, al igual que hizo el Gimnástico F. C. que cambió su antiguo estadio por el Stadium del río, entre los puentes de la Trinidad y el del Real. Este último club acabaría fusionándose con el Levante. El boxeo también tuvo un gran arraigo y trajo a las figuras más destacadas del momento a València, al cine Colyseum o a la Plaza de Toros, llegando a reunir hasta veinte mil aficionados. También gustaban las apuestas en el mundo de la pelota valenciana o el frontón, así como en las carreras de lebreles. La natación tuvo su protagonismo con lugares como la piscina de Les Arenes o el Club Náutico, además del ciclismo que contaba con la Vuelta a Levante, organizada por el diario El Pueblo. Dentro del ambiente universitario se practicaban otros deportes como pueden ser el baloncesto, el rugby, el hockey o el atletismo. A pesar de todas estas novedades, a los valencianos les seguían gustando los espectáculos taurinos con Vicente Barrera, Marcial Lalanda, Enrique Torres, Ortega, el Gallo o Belmonte como figuras protagonistas.

 

Estos cambios en los gustos en relación al ocio, también se hicieron notar en los medios de comunicación, quienes adaptaron su contenido a lo que agradaba a sus consumidores con noticias acerca de espectáculos, deporte o publicidad. Se crean entonces diarios de masas como el Mercantil Valenciano, Las Provincias, El Pueblo, La Correspondencia, Diario de Valencia o La Voz Valenciana, y también revistas obreras como La Semana Gráfica, Valencia Atracción, o La Traca. En la radio solo existía una emisora, Unión Radio, con una programación protagonizada por musicales y deportes.

 

 

El consumo popular también experimentó cambios, como la apertura de grandes almacenes, los de Ernesto Ferrer, construidos en 1918 en un edificio moderno en la plaza de Emilio Castelar que vendía cualquier tipo de producto. Convivían con las tiendas especializadas, que empezaron a florecer por la ciudad, las cuales ofrecían a sus clientes productos de calidad y de importación como chocolates, quesos o postres británicos.

 

La moda empezó a despertar el interés de la gente, lo que ayudó en el auge de las tiendas de corte y confección, que a menudo organizaban desfiles de moda. El público se enteraba de las nuevas tendencias gracias a las lecturas de revistas, con fotografías incluidas y con la publicidad. Es en este momento cuando los letreros de luces de neón se comienzan a utilizar como reclamo en los establecimientos comerciales, lo que quedaría ya como un elemento característico de la estética urbana moderna.  

 

Las clases medias utilizaban los modestos balnearios locales como Bellús, Cofrentes, Chulilla, Fuente Podrida o los populares Baños del Almirante. Además, también acudían a las playas de la ciudad. El balneario de Les Arenes, que en un principio sólo era frecuentado por las clases más pudientes, con el tiempo se convirtió en un lugar de ocio en verano para cualquiera, ya que las estrictas reglas de separación por sexos en las zonas de baño dejaron de tener sentido con la progresiva liberalización de las costumbres, que llegó con la República y posterior Guerra Civil.