La ciudad era un espacio de cambio para experimentar y poner en práctica una nueva sociedad. En la ciudad seguía habiendo grupos o estamentos propios del Antiguo Régimen, pero mezclados con nuevos mercaderes y propietarios. La lucha política no solo se basaba en la trifulca liberal (reaccionario/moderado-progresista) ni tampoco en la dicotomía aristocracia-burguesía. El siglo XIX fue una época en la que la sociedad interpretó unos roles ya sabidos y otros nuevos con los que experimentar. Es por este motivo que la ciudad tendrá una especial relevancia en este periodo, ya que es el escenario donde transcurrieron las transformaciones, llevadas a cabo por sus propios habitantes.
Los conflictos se tornan más complejos a partir de la muerte de Fernando VII, en septiembre de 1833. A partir de este año los motines y revueltas se harán muy frecuentes en muchas ciudades del país, entre ellas València. La monarquía sufre una redefinición de sus tareas y competencias. Durante la regencia de María Cristina (1833-1843), se acabó de manera definitiva con el Antiguo Régimen, consolidándose así, el Estado liberal. Pero esta no fue una transformación pacífica.
La Ley Sálica, enfrentó a liberales, reformistas y a la regente con los que apoyaban al hermano de Fernando VII, Carlos de Borbón. Surgía así, la primera Guerra Carlista, la cual se convirtió en una amenaza constante, ya que las tropas carlistas de Cabrera, bajaban desde el Maestrazgo y asolaban la huerta y sembraban el pánico entre los vecinos de la ciudad. Los campesinos estaban descontentos y muchos nobles afectados por las reformas liberales apoyaban la candidatura carlista al trono. El ambiente en la ciudad fue muy tenso durante estos años: el fusilamiento de casi cien militares por el general carlista Cabrera a finales de 1838, el malestar del pueblo con la Milicia Nacional encargada de su defensa, los motines de los labradores... València vivió un clima revolucionario, con enfrentamientos entre liberales y republicanos, ya desde finales de los años treinta, pero sobre todo entre 1840 y 1843.
En medio del ambiente crispado, el Estatuto Real se frustró y la voluntad de los círculos liberales más progresistas de profundizar en los cambios constitucionales se constataba. València vivió una gran crisis durante los veranos de 1835, 1836 y 1840, lo que se utilizó para hacer unas transformaciones más profundas. Se vivían unas situaciones de exaltación y crisis al igual que en otras zonas del país. El malestar era patente en los alrededores, ya que los campesinos de la huerta estaban disconformes con el no cumplimiento de la legislación antiseñorial además de que Patraix, Russafa, Campanar y Benimaclet reivindicaban su independencia del ayuntamiento de València. Pero la negativa del consistorio iba a convertir esta causa en un verdadero enfrentamiento institucional y político. En realidad era el reflejo de un enfrentamiento entre los labradores y propietarios hacendados de las tierras de la Albufera (de dominio real) y los representantes de la ciudad que no querían perder un espacio de actuación que iba más allá de las murallas.
Las demandas de la población valenciana se manifestaron a partir de la muerte del rey, entre 1835 y 1836. Pedían la supresión de los derechos de puertas, la restauración de las leyes de abolición del régimen señorial y la puesta en vigor de la Constitución de 1812. Todas estas demandas fueron recogidas por los sectores más progresistas del liberalismo de la ciudad. Con gobiernos progresistas como el de Juan Álvarez de Mendizábal, se seguía con la política desamortizadora. Las clases propietarias eran quienes querían dirigir este cambio, ya que eran conscientes de las consecuencias de una radicalización más profunda en las peticiones del pueblo, pero también de la amenaza de involución que podía suponer el carlismo. La Constitución de 1837, más avanzada que el Estatuto de 1834, pero con rasgos doctrinarios, característicos de los moderados, hacía ver los avances jurídicos e institucionales que se producían y en cuya base estaba la movilización de la ciudadanía.
València experimenta la renovación especialmente durante el Trienio Liberal, cuando el ayuntamiento fue ocupado por profesionales liberales como abogados, comerciantes y artesanos de la ciudad; en contraposición a la mayoría de propietarios de tierras que hubo durante el periodo absolutista. Más adelante, gracias a Reales Decretos, en 1835 los cambios se ampliaron. Había que reforzar las instituciones locales en sentido liberal, y el gobierno del consistorio valenciano que empezó siendo claramente liberal, pasó a ser moderado. Partidario del orden y contrario a los excesos de la revolución. Esto se corrobora a finales de 1845, cuando la nueva Ley de Ayuntamientos restringía el derecho de voto de los ciudadanos. Ahora todos defendían la propiedad privada y el mercado libre, pero disentían en otras cuestiones como la subordinación de los ayuntamientos y diputaciones al poder central, o el derecho a voto.
Entre 1840 y 1845 los acontecimientos se hacen cada vez más radicales, se forma una Junta Revolucionaria en València, al igual que en otras capitales. Esta Junta estaba integrada por liberales, progresistas y republicanos. El general Espartero, trajo el final de la guerra carlista, por lo que recibió un gran apoyo en la ciudad de València, mientras que María Cristina huía de España por el Grao. Pero durante la regencia de Espartero, València volvió a vivir episodios de gran radicalismo. Los sectores más liberales, la presencia de republicanos federalistas y de demócratas, cambiaban las aspiraciones de la pequeña burguesía urbana y de los profesionales. Los lugares de actuación y control de estos grupos fueron las sociedades secretas, la milicia y el propio ayuntamiento, pero aún así la represión se hizo notar, sobre todo en el republicanismo, con la presencia del líder de València, Miguel Antonio Camacho y con el beneplácito de Espartero. Aun así, este último caería siendo víctima de un alzamiento militar, falto de apoyos, de la mano del general Narváez. María Cristina regresa a España por València y viaja hasta Madrid escoltada por un ejército de Narváez. Era el verano de 1843 cuando Isabel II sería proclamada mayor de edad.
La represión fue la respuesta de quienes controlaban el poder local y provincial, y esta forma de gobernar provocó un cisma dentro del sector de los moderados entre 1850 y 1854. Este malestar político y la situación alterada de los labradores de la huerta de los alrededores de la ciudad y de las propias gentes de la urbe, llevaría a la Revolución de 1854. Es ahora cuando a las malas cosechas se unieron la mortalidad provocada por el cólera y la especulación arrocera. Todos estos factores hicieron que València se convirtiese durante unos años en una ciudad de mendigos, ayudados por instituciones como la casa de la Misericordia o la Beneficencia.
Más adelante, en 1866, València fue testigo de levantamientos y protestas contra el régimen, destacando el papel que jugaron los universitarios con su oposición a Isabel II. Este ambiente estaba a la par que el resto de Europa, con la diferencia de que aquí tenía algunos tintes propios de la monarquía española. Las intrigas de palacio, los excesos de la corona, los intereses personales y materiales de algunos partidos y la crisis social desembocaron en la conocida como Gloriosa Revolución, en 1868. Isabel II se fue al exilio, y se redactó una Constitución progresista en 1869, dando pie a una mayor libertad política. El nuevo gobierno era dirigido por el general Prim, quien colocó a Amadeo de Saboya como nuevo monarca. Este último, gobernó durante cuatro años con la constitución. Pero fue un periodo lleno de conflictos en el ámbito político, ya que estaban los Borbones a favor de la Restauración, los carlistas que querían otro orden monárquico tradicional, los republicanos federales y los socialistas, estos últimos de nueva aparición. Todos los conflictos mencionados llevaron al monarca a la abdicación en 1873, proclamándose de esta manera la Primera República.
Los republicanos valencianos tuvieron una presencia bastante fuerte, no solo en la ciudad, sino también en el campo. Representaban a esa parte de la población que hasta este momento no había tenido voz, como es el caso de los artesanos, la gente del pequeño comercio, los campesinos, los obreros, los trabajadores en definitiva, que de esta manera se unían a la disputa política y al Estado. Pero el apoyo al republicanismo que hubo en València no tuvo la misma presencia a nivel estatal. En octubre de 1869 se produjo un levantamiento republicano en la Plaza del Mercado con el objetivo de hacer frente a las tropas que había enviado el gobierno para frenar las revueltas, pero como no fue posible, la ciudad finalmente fue bombardeada. Martínez Campos entraba en la ciudad tras el bombardeo el 7 de agosto y una vez apaciguado el conflicto, el general buscó apoyos entre la población para promover la Restauración de los Borbones. Tras el pronunciamiento de Sagunto y la ocupación de València, hubo un golpe de estado que derrocó al gobierno de la República. El hijo de Isabel II, Alfonso XII, llegaba a València en enero de 1875 para ser proclamado rey de España. De esta manera, la corona quedaba instaurada de nuevo, pero esta vez bajo un sistema liberal. Las clases dominantes locales fueron quienes ayudaron a llegar a este punto, convirtiéndose en la base que sostenía el sistema político, además del bipartidismo (conservadores-liberales) utilizando para ello el clientelismo y el caciquismo.
En 1890, Sagasta promulga el sufragio universal masculino y en 1891 en las elecciones generales, se articula la Unión Republicana. Los republicanos consiguen escaños en València y Castelló y dos años después se estrenan a nivel local en el ayuntamiento de la capital valenciana. Es a partir de este momento cuando se incrementa el aparato provincial del federalismo en València por parte de núcleo que se agrupa en torno a Blasco Ibáñez y al periódico El Pueblo. Las elecciones generales de 1898 fueron la prueba de fuego para saber cuál de las dos facciones (republicanismo histórico o blasquismo) conectaba más con las aspiraciones de la pequeña burguesía.
Los resultados fueron contundentes: Pi y Margall no llegó a los 800 votos, mientras que Blasco Ibáñez fue el candidato a diputado más votado, con 6300 votos. Siguió en su escaño por València hasta la última vez que decidió presentarse, en 1907. Ninguno de sus sucesores llegó a tener el mismo carisma con el pueblo y su capacidad de liderazgo. El éxito que acompañó a Blasco se materializó gracias a su forma de hacer política y a su aspiración de transformación social. Su programa era socialmente progresista, y entre sus metas estaban la laicidad y limitación de poder de la Iglesia, la educación pública y la transformación profunda del sistema político antidemocrático que estaba vigente.