El impacto de la revolución francesa (la acción transcurre el año 1799)

A pesar del desarrollo económico experimentado, en la década de 1760 comenzaron a verse los síntomas de una crisis política y de desgaste del viejo sistema feudal. La influencia de la Revolución Francesa genera tensiones entre los nobles, temerosos de que en España se produzca un fenómeno similar, y entre las clases populares y sectores burgueses, descontentos que consideran que la violencia es la única manera de implantar las reformas que tanto reclaman.

Se trata de una crisis tanto política como social: algunos sectores reformistas defendían la necesidad de reformas del sistema promovidas desde el propio gobierno, mientras que sectores liberales más radicales hablan de suprimir el régimen señorial. Los grupos protagonistas fueron los burgueses, favorecidos por el desarrollo agrario y comercial ya mencionado, y las clases populares contra la explotación por los nobles, que en ocasiones llega cristalizar en forma de motines y revueltas. En 1766, un motín en Madrid se extendió a varias partes del reino, entre ellas zonas cercanas a Valencia. Los sucesos más graves se produjeron en Elche, donde los amotinados llegaron a exigir la restauración de los privilegios anteriores a la Nueva Planta, y que la villa volviese a ser patrimonio de la corona en lugar del señor titular. La disparidad de las reclamaciones, así como el propio origen de los amotinados fue una muestra de la extensión del malestar social, con grupos sin nada en común, cada uno con sus propias reivindicaciones.

 

 

La dimensión de las protestas impulsó a Carlos III a promover ciertas reformas, pero éstas fueron insuficientes y resultaron poco satisfactorias para los descontentos. Esta situación se vio agravada a partir de 1789, año en que coinciden la Revolución y el ascenso al trono de Carlos IV.  En este momento, se paralizan las reformas necesarias, y España está inmersa en una guerra con Gran Bretaña, fruto de la cual hay una grave crisis económica. Esta situación afecta especialmente a la economía valenciana, enfocada al comercio principalmente con los puertos franceses y británicos. Hay un aumento del desempleo, y se produce un  aumento del odio hacia las ideas revolucionarias por la crisis económica originada por la situación en Francia, lo que genera ataques contra comerciantes franceses, de los que hay una nutrida comunidad en Valencia, y episodios de xenofobia contra todo lo que tenga origen francés.

Los ataques fueron en ocasiones promovidos por las autoridades para sus propios fines y eliminar a rivales políticos: en los disturbios de 1793 en Valencia participaron integrantes de las milicias reclutadas para luchar en Francia, agitados por el capitán general, que así consiguió la destitución del arzobispo Fabián y Fuero, un ilustrado de ideas reformistas.

 

 

 

 

 

En 1801, una nueva protesta por la introducción del sistema de reclutamiento castellano, generó en una dura represión con varios muertos y heridos. Tres días después una multitud se congregaba en Valencia para protestar, entre ellos muchos agricultores de las comarcas vecinas, y aunque el reclutamiento fue suspendido por el capitán general, la revuelta creció en los pueblos, más de cuarenta localidades se sumaron, siendo el blanco una vez más las tierras de los principales nobles, para restaurar el orden se llevó a cabo una dura represión. El orden feudal, mantenido a la fuerza, acaba cayendo por la invasión francesa y por la obra de las Cortes de Cádiz, que aprovechan la situación bélica para hacer las reformas necesarias, canalizando el odio de la población contra los franceses para convertirlo en una revolución burguesa. En Valencia, dos conocidos revolucionarios, Josep Caro y Canga Argüelles obtuvieron los cargos de capitán general e intendente, respectivamente, manifestando así la institucionalización del proceso, que en Valencia fue dirigido por la familia Bertran de Lis. Los franceses ocuparon el territorio valenciano, pero las derrotas en el resto del país les obligaron a retirarse, permitiendo la coronación de Fernando VII (1814-1833), que regresó a España, llegando a Valencia, donde se produjo el golpe de estado absolutista dirigido por el general Elío.

A pesar del restablecimiento de las antiguas instituciones, la crisis por la independencia de las colonias americanas obligó al nuevo rey a emprender reformas necesarias que atacaban a los sectores más afines a su causa, plasmando la crisis del absolutismo, y favoreciendo la causa liberal. No obstante, los liberales estaban fragmentados en multitud de grupos y no pudieron presentar un frente común por sus divisiones internas.

Durante la regencia de María Cristina (1833-1843) se da el impulso definitivo a la construcción de un Estado liberal, con la burguesía como elemento dominante en la política, frente a los partidarios del absolutismo, encarnados por el infante Carlos, hermano del fallecido Fernando VII. No obstante, las reformas introducidas fueron las indispensables, ya que la monarquía continuaba disfrutando de amplios poderes y el sufragio se limitaba al 1% de la población.