Del Carrete a Las Telas

La alta especialización conllevaba que un tejedor trabajase sobre un mismo tipo de telar y un solo tipo de tejido, para de esta manera, alcanzar velocidad y eficiencia. En los telares más elaborados, a veces contaban con la ayuda de un asistente que se situaba en la cima del telar para tirar del hilo e ir controlando el diseño del tejido. Esta tarea, solía llevarla a cabo el hijo pequeño del tejedor.

 

Existía otro oficio dentro del mundo de la seda, el de Batidor o Tirador. Este artesano estaba especializado en la producción de hilo metálico de oro y plata, que servía para hacer las telas más ostentosas. Se utilizaban en terciopelos ricos para formar anillos o pasadas planas. Los hilos metálicos estaban rellenos de un hilo de seda o de lino, o de tripa estirada de animal.

 

Los tejidos de seda siempre fueron un negocio de la élite, ya que se trata de una producción de lujo, compleja y sofisticada, por lo que la alta especialización y el dominio son fundamentales.

 

Este elitismo se produjo por el simbolismo que trajo consigo la liturgia cristiana. Las prendas destinadas para el culto estaban inspiradas en las de otras religiones orientales y con tintes del ceremonial imperial romano, donde desde la Edad Media se utilizaba la seda como símbolo de poder, con el ritual de la corte de Justiniano. Todo esto hizo que el alto clero, nobleza y patricios fueran los principales compradores. Los Reyes Católicos encargaron en las últimas décadas del siglo XV, los ajuares litúrgicos para la Capilla Real de Granada y la Catedral de Toledo, a un taller de Florencia.

 

Estos conjuntos formaron un estilo propio, tanto por el número de piezas como por la calidad de los tejidos, se considerará prototipo a imitar en todos los talleres en el siglo XVI. No todas las telas empleadas en la vestimenta litúrgica fueron de tan exquisita calidad, pero sí que es verdad que la buena situación económica del momento, con la consolidación de la conquista de América y el fervor religioso de nobles y monarcas hicieron que se acumulase un tesoro textil incalculable en catedrales, monasterios, conventos y santuarios de relevancia. Los tejidos más empleados fueron los terciopelos labrados, lamados a reserva o lisos, de color rojo para las grandes ceremonias, en verde para el oficio ordinario o negro para los funerales. Las prendas exteriores para el culto diario eran: la casulla, el manípulo, la estola, el portacáliz y el sobrecáliz. Y para los grandes eventos litúrgicos se añadían atrileras, cobertores de libros litúrgicos, ornamentos de la cruz y de altares, frontales, paños de púlpito y palios. A todos estos elementos habría que añadir otros puramente ornamentales. Algunas de estas piezas se han conservado en iglesias y conventos de la Comunitat Valenciana, y por su similitud, repetitividad y su ubicación en pequeños núcleos urbanos alejados de los circuitos de moda, confirman su naturaleza autóctona.

 

Respecto a la indumentaria personal, en el siglo XV valenciano nos encontramos en el tránsito entre la Edad Media y la Moderna, lo que influirá en la vestimenta. Estará condicionada por el entorno cristiano-musulmán, también por las relaciones de la monarquía con otras cortes europeas y la llegada de italianos a València que traen consigo sus modas. La ropa ya no solo cumple con la función de vestimenta, sino que ahora es primordial como elemento transgresor capaz de distinguir y señalar la identidad social y el poder. Servirá para reconocer el estatus social del individuo. Se trataba de un lenguaje social sujeto a normas con un código muy rígido dentro de una sociedad muy jerarquizada. Esta moda nada tiene que ver con la de las clases más humildes, quienes seguían utilizando la vestimenta para el único fin de cubrirse. El periodo de transición (1474-1517) originará, en la península una moda propia que llegará a otros lugares. Los terciopelos labrados eran los tejidos más costosos, por lo que eran usados en las grandes ceremonias de las cortes europeas, tanto en prendas de mujer, como de niño o de hombre. La pequeña nobleza y los comerciantes usaban terciopelos lisos que adornaban con cordones, trencillas o pespuntes complicadísimos que suplían de una manera más barata las decoraciones brocadas hechas con el telar. Se conservan numerosos fragmentos de terciopelos lujosos, pero ocurre lo contrario con las piezas de indumentaria, se conservan muy pocas y algunas están modificadas. Pero lo que sí hay, son retablos en los que se puede ver el lujo en los tejidos, joyas o posturas.

 

La seda también se usaba en el ambiente doméstico. La casa, en época medieval, supone una manera de mostrar lo mejor de ellos mismos, al igual que la vestimenta y el mobiliario. La casa es un símbolo del patrimonio de una familia, y mientras que las casas más humildes contaban con uno o dos dormitorios, las de los burgueses y mercaderes tenían bastantes más, llegando algunas a tener hasta quince estancias, además de los palacios de la aristocracia y corte. Esta importancia se puede observar en los testamentos en los que se nombran además de las habitaciones y sus paramentos, los contenidos en ropas de los cofres y baúles. La iconografía, junto con los documentos testamentarios, es también de ayuda para saber cómo era el uso de estos tejidos. Estos terciopelos se usaban como manteles de adorno en mesas, para tapizar sillas y sillones, cubre escritorio y adornos de bufetes. En las camas se usaban como cobertores, colocadas sobre tarimas forradas con textiles, otras encortinadas con paramento, y algunas llevaban también dosel. También para almohadas y almohadones. Los cofres podían ir forrados, se usaban como murales y cortinajes para cubrir las paredes de palacios e iglesias y separar estancias. Las telas llevaban los mismos detalles decorativos que los trajes y otras indumentarias. En los fondos de los retratos de personajes ilustres suele representarse un terciopelo. Como otros elementos decorativos, fue un símbolo de poder.

 

La fabricación de terciopelos en València se prolonga hasta los siglos XVI y XVII. Los cambios, tanto en la política, en la economía y sobre todo en la moda, llevaron a la decadencia a esta industria textil, aunque todavía sin llegar a desaparecer. Surgieron nuevas fuentes de producción y mercados, lo que hizo que el estilo fuese cambiando. Comenzaron a llevarse más los tejidos ligeros, con dibujos más pequeños y realistas y con colores luminosos, lo que afectó a la producción valenciana. A pesar de todo esto, no deja de ser una moda, y como cualquier moda, los motivos utilizados de alcachofas y granadas han ido apareciendo en otros periodos, con adaptaciones al estilo y gusto de cada momento. Un claro ejemplo de todo esto es Fortuny.