Soy el padre Ramón Pujades, dominico.
Nací en Tortosa el año del Señor de 1580 y tengo 39 años. Estudié Teología y me ordené dominico en el convento de Santa Catalina de Barcelona. Fui trasladado a Valencia hace seis años al poco de morir el patriarca Ribera, que Dios tenga en su gloria. Sus cuarenta años a la cabeza de la diócesis se recuerdan con elogios porque desarrolló piadosamente los decretos del Concilio de Trento. Puso especial énfasis en canalizar adecuadamente las vocaciones y con esa finalidad fundó el magnífico colegio del Corpus Christi. Además, trató de evangelizar vehementemente a los moriscos, empresa yerma porque al fin, ante el rechazo de estos a la verdadera fe, tuvo que abogar por su expulsión definitiva. Poco después de que él muriera lo hizo el falsario populista del padre Simó, cuyos seguidores han provocado grandes excesos en la ciudad exigiendo su beatificación. Siempre he sido contrario a esos arrebatos místicos que tanto confunden a las gentes de poco cerebro. Mala cosa es que la santidad –cuestión de gran profundidad teológica– ande en las lenguas del pueblo. Por fin parece que el arzobispo Aliaga, nuestro actual pastor, y las autoridades inquisitoriales han decidido poner fin a esta polémica prohibiendo la veneración y cerrando las puertas a su proceso de beatificación en la Santa Sede.